Este relato nos lleva a las fiestas de Sardinal en
Guanacaste. Para llegar a Sardinal se
toma la carretera de Liberia a Playas del Coco, y luego en el cruce a sardinal
se desvía para entrar al pequeño pueblo.
Una vez en el pueblo es nada más de preguntarle a cualquier persona
sentada en el pintoresco parque la dirección para llegar a las fiestas.
Como en toda fiesta de pueblo, las principales atracciones
son las comidas típicas, la monta de toros y los refrescos espirituosos
(cerveza y demás licores legales e ilegales).
Tuvimos la suerte de encontrarnos con una amiga que era la regente
médico veterinario para las fiestas, y pudimos estar junto a la acción de las
corridas y montas de la noche.
Lo primero que es importante contar de esta experiencia, es
que todos mis prejuicios acerca de la monta
de toros se fueron al piso. Por
lo menos en estas fiestas, y gracias al dedicado trabajo de la Dra. Veterinaria
y su asistente, así como de los mismos propietarios de los animales, el
bienestar animal siempre estuvo en primer lugar. Los toros se encuentran en corrales separados
de la gente, donde están tranquilos con abundante agua fresca y limpia. Los encargados de manejar los animales los
tratan con mucho cuidado. La verdad es impresionante ver en persona que se
cuidan muchos detalles para que el animal esté tranquilo y a gusto, y pues con
toda razón, ya que va a ser el centro de la atención de la noche.
El único momento que hubo riesgo de una lesión a un toro fue
por un borracho que se escabulló entre la seguridad y estaba molestando a uno
de los animales. Y gracias a una pronta
acción de la regente junto al personal de seguridad, el problema no llegó a
más. Otra cosa que me impresionó fue el
respeto que hay en el ambiente, entre montadores, propietarios, veterinarios, y
el público obviamente. Uno pensaría que
en un ambiente donde la testosterona y adrenalina se respiran en el aire y el
polvo, las malas palabras y groserías estarían a flor de piel. Pues el caso es todo lo contrario, en toda la
noche no escuché una sola mala palabra ni grosería, poniendo en tela de duda
otras actividades supuestamente familiares donde da vergüenza llevar un
chiquito (por ejemplo un partido de futbol).
De verdad que este tipo de actividad yo la recomendaría como una
actividad donde puede ir toda la familia a disfrutar de una velada de
emociones.
Ubicada en las tribunas se encuentra una cimarrona nutrida
por muchos músicos de todas las edades.
Durante toda la noche se encarga de mantener los ánimos altos con sus
ritmos contagiosos, y no falta alguno que otro que se hace pasar por la famosa
“Giganta”, y los más atrevidos indudablemente pensando en diabluras y
travesuras disfrazados del “Diablo”.
Bueno llega el momento de la primera monta de la noche, y
con el animal listo en la manga, parece que la temperatura del lugar sube 10
grados en 10 segundos. El dueño del
animal suda profusamente, mostrando un nerviosismo digno de un padre cuando ve
a un hijo en una competencia deportiva.
El montador saluda a la doctora, le enseña las espuelas para verificar
que son de reglamento, espera a que las desinfecten y toma posición. La doctora le pregunta que si no quiere
ponerse el casco y el peto, a lo que el montador responde de la manera más
seria posible: “No doctora gracias, yo soy muy hombre para ponerme eso.” El montador acaricia al animal, casi parece
que le habla al oído, mientras el animal lo mira atentamente con dos ojos
enormes y negros, parece que logran llegar a algún acuerdo donde los dos puedan
dar un buen espectáculo.
En este instante el montador no suda, no
parpadea, de hecho juraría que casi no respira.
Es una sola masa de concentración mientras toma su posición sobre el
animal. En un abrir y cerrar de ojos se
escucha un estruendoso PUEEEEERTA y salen juntos a la arena el animal y el
hombre. Un segundo el primer brinco,
parecen ser dos metros sobre el piso. Dos segundos el animal brinca y gira
violentamente a la izquierda mientras el montador se aferra como puede. Tres segundos el animal brinca y vuelve a la
derecha, dando un mal paso y cayendo en la arena sobre el montador. Cuatro segundos de una nube de polvo aparecen
varios toreros para desviar la atención del animal y que no agreda al montador. Cinco segundos, seis segundos, siente
segundos el montador logra ponerse en pie y sale cojeando hacia las tribunas
con la frente en alto y una sonrisa de oreja a oreja. Un grupo de mujeres jóvenes del pueblo
inmediatamente dejan de cuchichear entre ellas y van corriendo a saludarlo, es
el héroe local. No va a haber otro
hombre en la noche que se lleve el suspiro de esas muchachas!
Avanza la noche y uno a uno van pasando los toros y los
hombres a la línea de acción. Unos
hombres (principalmente los más jóvenes) si deciden seguir el concejo de la
Dra. Veterinaria y ponerse los protectores.
Ocurren muchos golpes muy fuertes, por dicha ninguno con lesiones serias
que lamentar. Un par de veces el toro
decidió no dar espectáculo, a lo cual los montadores respondían con una visible
decepción y enojo. Será otra noche y en
otro redondel donde puedan tener oportunidad de demostrar su valentía.
Después de las corridas la velada termina en el chinamo
donde hay música y cerveza a tres por 1500.
El baile empieza a calentar, las miradas de los jóvenes y los no tan
jóvenes empiezan a buscar entre la multitud aquel galán o aquella señorita que
vieron hace unos momentos en el redondel.
Un par de tragos, un par de palmadas de los amigos, un par de risas
entre amigas, y a buscar pareja para la
noche, que tiene toda la pinta de ser eterna… tal vez en Guanacaste si sea
así.
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